Javier Marías. Un entusiasmo, un recuerdo. 

 La vida de todo lector cambia sin remedio tras descubrir la magnífica prosa de Thomas Mann en La montaña mágica o la asombrosa profundización en la psicología de los personajes de Dostoievski en Crimen y castigo. Mi vida como lector cambió para siempre tras descubrir la literatura de Javier Marías: lo que me entusiasmaba antes no es lo mismo que me entusiasmó después.

    Descubrí a Javier Marías en mis primeros años de universidad, y durante un tiempo atribuí ese enamoramiento por su prosa, sus historias y su figura a la todavía alta capacidad de sorpresa y maravilla que se tiene cuando se empieza a explorar la vida. Pero, con el paso de las años y las sucesivas y casi obsesivas relecturas, he constatado que no es el caso. Javier Marías tiene algo más, algo que solo los autores clásicos, totémicos, tienen: el paso del tiempo no debilita su literatura, sino que la fortalece y la revitaliza.

    La literatura de Javier Marías es, en contra de lo que se pueda pensar al hojear al azar cualquiera de sus novelas y ver sus párrafos largos, cargados de subordinadas y digresiones que parecen no tener fin, clara. Más que clara, iluminadora. Nadie conoce la mente y el alma humanas, sus sombras, su complejidad, sus deseos, secretos y mentiras como él.

    Novelas como Corazón tan blanco y Tu rostro mañana son ya clásicos absolutos e indiscutibles de la literatura española, y Berta Isla y Tomás Nevinson, sus últimas novelas, conforman un magnífico díptico (o bilogía, o pareja) sobre la espera, el secreto y su conveniencia. Su incursión en el género del cuento, con especial mención para Cuando fui mortal y Mientras ellas duermen, es la muestra perfecta de que Javier Marías era también un gran escritor en las distancias cortas, capaz de desarrollar unos personajes y unas historias profundas en apenas unas páginas.(Cuando fui mortal, por cierto, protagonizado por una figura que siempre gustó, y casi obsesionó, al autor: el fantasma).

    Pero Javier Marías no era solo un fantástico escritor. Era, además de traductor, miembro de la Real Academia Española y rey de Redonda, un gran recomendador, o, si se prefiere, prescriptor. A través de sus novelas y cuentos, y también de su editorial, Reino de Redonda (Ride si sapis), nos hizo descubrir a toda una generación de fieles y entusiastas lectores las historias de Janet Lewis, M. P. Shiel y Arthur Machen, la poesía de Auden y Stevenson, y redescubrir la grandeza de Conrad, Balzac y Dinesen.

    La muerte de Javier Marías nos deja huérfanos a muchos, que lo considerábamos parte de nuestra familia, de esa extraña familia que uno se va formando con el paso de los años y las lecturas (Faulkner, Nabokov, Coetzee, Bernhard). Perdemos al mejor de su generación, a uno de los mejores de nuestra historia. Al único capaz de contar lo que no se quiere saber, lo que sucedió sin que supiésemos que sucedía, el paso del tiempo y su revés, su negra espalda.

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